Opinión

Andrés carne de cañón

Andres Burgos Por Andres Burgos
Mucho alboroto han causado las declaraciones del señor Andrés Jaramillo sobre la supuesta violación que tuvo lugar en el parqueadero de su afamado restaurante. Si bien ha manifestado que tiene toda la disposición de colaborar con la justicia proporcionando videos y posibles evidencias del hecho, en un lapsus del que se arrepiente, también aseveró que la minifalda de la víctima había podido ser detonante de la agresión sexual. Los medios de comunicación hicieron eco de estas infortunadas palabras y la ira de la ciudadanía se volcó en su contra. De nada han servido sus correcciones y arrepentimientos, ni siquiera sirvió su elocuente elogio a la minifalda que incluyó en un comunicado en el que una vez más se excusó ante la opinión pública.

Ha sido tan fuerte la indignación que incluso la atención mediática ha relegado la figura del presunto violador para ensañarse con el empresario, en una lógica absurda de odios desmesurados y desinformaciones.

En primera instancia cabe aclarar que sus declaraciones apresuradas resultan en todo caso machistas y prejuiciosas pero vale la pena preguntarse si acaso no hemos sobredimensionado el asunto. Más allá de la anécdota, que sea esta la ocasión para reflexionar sobre nuestra facilidad para odiar: Caemos con demasiada ingenuidad en los juegos que nos proponen algunos medios de comunicación que en su búsqueda de hacer de la noticia un espectáculo, insuflan sus reportajes de un espíritu emotivo que además de ser impertinente para su función informativa resulta también penoso e irresponsable. Odiamos a Piedad Córdoba por ser auxiliadora de las FARC pero olvidamos que la fiscalía no encontró méritos para abrirle una investigación penal; odiamos a Ingrid Betancur por atreverse a planear una demanda contra el Estado, pero olvidamos que otros muchos han demandado por menos, incluso desde la cárcel, y han ganado.

En contraposición a nuestros odios viscerales, los medios también nos enseñan a amar profundamente: Recuerdo, por ejemplo, el sonado caso del soldado que ante la impotencia de reprimir las protestas indígenas en el Cauca no tuvo más remedio que ponerse a llorar ante los agravios de los manifestantes: El pobre soldado no sólo sufrió los vejámenes de los indígenas sino que después del hecho sufrió sus terribles quince minutos de fama en los que lo homenajearon, le dieron medallas y le prometieron casa. Salió por todos los medios y su rostro mojado en llanto fue por algunos días el símbolo del honor militar. Bien por el soldado que supo actuar ante la crisis y no se dejó provocar pese a tener un fusil en sus manos, pero el orgullo que todos sentimos por él y la atención mediática que recibió, pronto se transformó en un desprecio generalizado por esos indígenas que llamaron abusivos, de los que se aseguró con ligereza que habían sido infiltrados por la guerrilla y que no respetaron la institucionalidad del Estado ni la labor abnegada de nuestras fuerzas militares. Y de nuevo sufrimos de amnesia selectiva y olvidamos que esos indígenas han sufrido por décadas de la violencia y del reclutamiento forzado de la guerrilla. Olvidamos que el Estado jamás les ha cumplido sus promesas electorales, que carecen de agua potable y de servicios públicos fundamentales, y que esas fuerzas militares que dicen protegerlos, han preferido cuidar los oleoductos que atraviesan sus lugares sagrados que acompañarlos para garantizarles su integridad. La protesta justa de ese momento pasó a un segundo plano de la información. La sobrexposición del llanto de un soldado fue más convincente que la lucha de décadas de los indígenas del Cauca por vivir en condiciones dignas.

Entonces más allá de la anécdota y de la paranoia correspondiente que no durará más que un par de semanas, luego de las cuales se verán de nuevo largas filas para entrar a Andrés carne de res, es triste descubrir en nuestros noticieros cada vez más elementos del melodrama: Al igual que en una telenovela, el malo de la historia es perversión pura, sin matices, sin posibilidad de redención – Ya una concejala en busca de votos está pensando en demandar a Andrés Jaramillo y se habla de hacer un plantón frente al restaurante para protestar por sus expresiones sexistas- mientras que el bueno es el elegido, el héroe nacional que necesitábamos para hinchar nuestro corazón colombiano. Pero vemos que en realidad tanto buenos como malos no son más que un chivo expiatorio, una excusa que necesitamos para amar o para odiar, para desviar con la emoción nuestra atención de la sustancia informativa que es a fin de cuentas lo que nos debería interesar. Al pobre Andrés Jaramillo lo seguirán crucificando por unos días y las ventas de sus empanadas se desplomarán, después de un tiempo el asunto será olvidado y las cosas, luego de una buena inversión publicitaria, volverán a la normalidad. Ojalá lo mismo pasara con tantos otros que la televisión condena con ligereza y que jamás podrán rehacer su vida luego de que salen en la pantalla como presuntos delincuentes, y ojalá el público aprendiera a leer entre líneas, a desarrollar su sentido crítico y a dejar de lado tanto odio efímero.

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