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Colombia conmemora 32 años de la tragedia de Armero

ArmeroEste lunes festivo, Colombia conmemora 32 años de la tragedia natural más devastadora que ha azotado a nuestro país en la historia, cuando en la madrugada del 13 de noviembre de 1985, un lahar del Nevado del Ruíz se desprendió causando la muerte de 23.000 de los 40.000 habitantes del municipio tolimense de Armero.

Al amanecer del día 14 de noviembre del 85, el piloto de helicóptero que sobrevoló la zona no pudo ocultar su asombro cuando exclamó “Armero ya no existe; fue borrado del mapa”, en ese mismo instante inició una procesión de imágenes de los habitantes de Armero, semidesnudos, con pieles de color ceniza, untados de lodo de cabeza a pies que le dieron la vuelta al mundo.

Las casas de Armero, los comercios, las iglesias, sus habitantes, parte del hospital, colegios, parques y calles, quedaron sepultados en una enorme sopa, entre café y gris, que a los pocos días era una capa reseca en una gigantesca planicie castigada por el sol canicular de la tierra caliente del trópico.

El cráter Arenas del volcán Nevado del Ruiz, conocido también como “el león dormido”, rugió en la noche del 13 de noviembre, lo que produjo el deshielo y el aumento inusitado de los caudales de los ríos Lagunillas y Gualí, así como de algunos arroyos, que desde los casi 6.000 metros de altura descendieron de la mole andina hacia el valle en el que se asentaba Armero.

La erupción produjo la expulsión de flujos de fuego que fundieron los glaciares y la nieve, lo que generó las avalanchas que descendieron por las vertientes y las faldas del volcán, situado a 129 kilómetros al oeste de Bogotá, en la cordillera Central andina colombiana.

La planicie sobre la que se levantaba Armero hoy en día, un desolado y ardiente camposanto repleto de tumbas, sembrado de cruces, una de ellas gigante en el centro, quizás donde se ubicaba la iglesia principal de la pujante localidad desaparecida y en la que se recostó a orar el Papa Juan Pablo II durante su visita a Colombia en 1986.

También el país recuerda con amargura, el rostro inocente y dramático de Omayra Sánchez, la niña símbolo de esa tragedia, quien resultó atrapada en el fango y sus piernas aprisionadas por estructuras de concreto que no pudieron romperse.

omayra

La agonía de Omayra, con el fango hasta el cuello, fue seguida por socorristas y periodistas, quienes escucharon de sus labios mensajes para su madre, como que tenía que salir de allí para hacer sus exámenes de fin de año y porque debía encontrar a su padre, a una tía y a un hermano menor.

Pese a los esfuerzos que realizaron los equipos de rescate, finalmente la niña se desvaneció y murió frente a todos esos testigos.

Omayra agonizó durante sesenta largas horas en el fango y sucumbió, víctima de una gangrena gaseosa. Sus últimos recuerdos de Armero son los de un pueblo “pujante, con gente sonriente y cosechas de algodón, arroz y maní”.

En el lugar en el que presumiblemente está sepultada la casa de los Sánchez, en el barrio Santander de lo que fue Armero, hay un altar. Es una especie de tumba y es de las más visitadas. Allí murió Omayra.

Sobre las lozas hay decenas de letreros de agradecimiento de quienes aseguran haber recibido un milagro y una romería intermitente de personas silenciosas que oran cada año, cuando llegan a llorar y a pedir por sus familiares desaparecidos en la tragedia.

Tragedia-Armero

El Servicio Geológico de los Estados Unidos calculó entonces que la masa total de material expulsado, incluyendo magma, fue de 35 millones de toneladas y, según el Journal of Volcanology and Geothermal Research, el dióxido de azufre expulsado en la erupción fue de aproximadamente 700.000 toneladas.

Todos esos materiales arrasaron los 52 barrios y las 70 calles del pueblo, con sus árboles y animales de corral, es decir, borraron del mapa a Armero.

Pero, lo peor es que la tragedia de Armero se puede repetir. Desde hace varios años, el volcán nevado del Ruiz sigue en actividad.

Los expertos mantienen la alerta amarilla, casi en forma permanente, debido a los continuos cambios en el comportamiento de la actividad volcánica, que se evidencian con alta emisión de gases a la atmósfera, vapor de agua, dióxido de azufre y ceniza.

A través de los equipos instalados en el área cercana al cráter, incluidas cámaras de video, se hace una permanente vigilancia al volcán por parte de un grupo de 34 personas entre geólogos, ingenieros, fotógrafos y químicos. Diariamente se expiden boletines al respecto.

Lo que dicen estos expertos es que nunca se puede descartar una situación como la registrada hace 30 años y actualmente, más de 12 mil personas siguen habitando en la zona de riesgo.